Al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre todo los muertos.
Dublineses. Los muertos.
James Joyce
Preámbulo
La Habitación de al lado (2024), película de Pedro Almodóvar, se estrenó ayer en Viña del mar, en la noche de clausura del Festival Internacional. Parte de mis efectos: unas veces la piel erizada; otras veces no era la piel, sino todo el cuerpo rígido
¿Por qué se eriza la piel? o ¿por qué se rigidiza un cuerpo ante ciertas escenas? Me imagino que tendrá una explicación más docta que la que voy a improvisar. A veces se eriza cuando toca una verdad que nos concierne y otras veces se rigidiza cuando los modos de filmar del director en ciertas escenas, descolocan.
La rigidez hace que uno interrogue ¿por qué en el montaje se dejó esta escena, que tiene un ritmo artificial, con poca fluidez? ¿por qué se decidió por esta parte del guion tan forzada y evidente: un profesor norteamericano universitario que se queja del fascismo y el neoliberalismo? Luego viene la risa y claro, a Almodóvar, le perdono que juegue con las escenas secundarias. Ideas disparatadas que marcan la pausa, pasar a otra cosa, salir de escena para acordarse de que en el cine la ficción depende también de sus aspectos técnicos y que el trabajo audiovisual sé rige también por coordenadas de época.
Fin de los créditos: sé enumeran los artículos de leyes que rigen el financiamiento entre los impuestos al entretenimiento y el gobierno español. Esta película ha generado cerca de 500 trabajos directos en España y sé estima que ha creado más de 2000 trabajos indirectos. Filmar una película es costoso en términos económicos, pero también en otros términos. Semanas de filmación, post producción. Es una expresión artística que es imposible, no sé reduce solo a la imagen que vemos, sino que crea un encuentro entre un sueño y su materialización, mediado por todos. El cine no es solitario, sino que es democrático. Tampoco es seguro. Nada en una filmación es anticipable. Lo único que sé repite es el clásico Cámara! Acción!. No hay vuelta atrás y al mismo tiempo siempre sé puede volver a empezar.
Es legitimo preguntarme entonces ¿por qué introducir un debate respecto a la eutanasia de un paciente terminal acompañada de imágenes de guerra?¿por qué aludir tangencialmente a los efectos de este último feminismo? El temor a dar un abrazo de consuelo por el peligro de demanda o de acoso ¿hemos, entonces, en nombre de la democracia recuperado la libertad ? ¿Se trata de una libertad individualista que supone el constante temor al otro? ¿Cuál es el costo de alcanzar un estatus social y un reconocimiento?¿esconder nuestra fragilidad, nuestro temor a vivir o el temor de convivir? Bordes clichés en la película para pausar otras escenas que sirven también para provocar, para abrir indagaciones. En este texto propongo 5 puntualizaciones que considero que vale la pena detenerse en esta película.
El despertar pausado
Reconozco que a la sombra de estas preguntas, se encuentra la experiencia del placer que me generó verla. La calidad de la fotografía y el ritmo de las tomas centrales son impecables. Tan impecables que a veces me pregunto si todos esos errores son puesto de adrede para no caer en un pulcro e intocable sentido de lo bello. Una película en que todo está en su lugar hace que su belleza sea narcotizante o embriagadora. En cambio la belleza de la contradicción es descolocación: intercala la imagen que no encaja para que del horror nazca la belleza, atopos socrático de la ficción, por la que la película te toca como un Pharmakon.
Pharmakon es una construcción conceptual de la Griega clásica según Google. Era un veneno y un remedio que coexistían al mismo tiempo, no como una oposición, sino como una complementariedad; uno actuando al mismo tiempo que el otro, luchando entre sí y dándose vida mutuamente. Para alcanzar su potencial benevolente, la droga tiene que ser administrada en dosis límites. Almodóvar ha logrado un buen sentido de dosificación en cada una de las últimas películas que le he visto. Del dulce y el agraz, de la fuerza y la debilidad, de la estética y de la crueldad, del acierto y del error, de imágenes que fluyen y de otras innecesarias.
La película trata de dos mujeres que fueron grandes amigas de juventud, y que han pasado parte de su vida sin verse. Retomando el contacto cuando una de ellas sé muda a la ciudad y sé entera por casualidad que su amiga tiene cáncer terminal. Estas mujeres terminan pasando los últimos días refugiadas en un bosque.
La dosis Almodóvar se asimila a todos aquellos signos de calma que aparecen, por ejemplo, frente a la pesadilla. Para que el despertar sé desplace desde la exaltación a la calma que necesita el sueño, tiene que existir una pausa. Lo real aparece con su efecto de interrupción, entre sombras asoma la realidad. Sé puede hacer una analogía entre la película y el cuadro Le Blanc-seing de Magritte de 1965. Cruzado por lo visible y lo invisible, el paisaje sé compone como un todo. ¿La mujer irrumpe montada en su caballo en el bosque? o ¿es em bosque que interrumpe la continuidad de la mujer en su caballo? Ambos son complementarios.
Lo real se cuela en la realidad. No recuerdo qué escritor hablaba que cuando recién despiertas de un sueño, lo real del mundo necesita entrar lentamente por tus ojos, poco a poco, el pasaje entre la profundidad de la oscuridad y la luz tiene que ser tenue. Primero y lentamente comienzan a aparecer los objetos de la habitación, a tientas, despacio. Abrir los ojos con la luz directa en el rostro nos enceguecería. El pestañeo es una pausa que ayuda a filtrar lo real, para que la realidad subjetiva recobre su brújula y la brisa ondule las cortinas, todo esto en fracciones de segundos. El velo de la luz es el parpadeo que protege a los ojos de los objetos foráneos. La pesadilla por el contrario, arroja al despertar como un asalto. Es como la protección inversa, te protege escapando del sueño, exiliándote bruscamente a lo real.
Retomar el sueño, cuando los estímulos externos o internos están en alerta se hace imposible. Cuando el cuerpo sé enferma, esfuerzos cognitivos como la atención sé debilitan, la batalla es definir cuál parte del cuerpo es el imperio de la atención. Por eso las metáforas de la enfermedad son de guerra y defensas, bien sé pueden sentir como una ocupación total de la atención que ya no sé libra de recordar cada parte del cuerpo. En un momento la protagonista deja de leer. ¿para qué leer de principio a fin cuando el final se impone al principio?
Caer en el sueño exige de la discontinuidad del día, de que vuelva el manto que desveló la noche y la desnudó. El manto envuelve a la dosificación, como el cuerpo de una madre puede envolver a su hijo. Diría que el Almodóvar en su madurez, se ha vuelto cada vez más maternal en su enunciación, aunque el tema de la madre como contenido sea frecuentemente problemático en sus películas. Podría hacer la analogía de Almodóvar madre con la siguiente escena: un bebé que despierta con un llanto en la mitad de la noche, y al que lo tranquiliza la compañía de la madre que lo mece y le canta despacio. Una madre le ayuda a un recién nacido a lidiar con la irrupción de sus estímulos internos, el cachorro humano arrojado al mundo, sin hablar y totalmente dependiente, puede calmarse porque hay un otro que lo espera mientras él no lo pueda hacer por sí mismo. Que alguien te acompañe en esa espera permite pasar del desconsuelo al duelo.
La dicción es dosificación cuando puntúa, permite pausar, pulsar, respirar. La adicción es no poder hacer algo con lo adictivo que podría convertirse el retorno al objeto que no termina de caer. Lo autístico bajo una piel común, es no poder pasar del manto piel de la madre al manto que da poder tocar y ser tocado cuando el yo y objeto sé separan. Es imposible liberarse de esa ilusión sin el sentimiento de haber sido arrancado, separado con desgarro: una discontinuidad catastrófica. Si las escenas de calma que vuelven tras las interrupciones son sucesivas, el niño incorporará el sentido de seguridad que tiene el juego de las presencias y ausencias, al más clásico fort-da freudiano. La discontinuidad puede lentamente ser vivida no como una hecatombe frente a los dioses sino como una renuncia que obedece a una ética.
Una vez que el niño adquiere este ritmo de complementariedad, está preparado para dejar la habitación de los padres y trasladarse a la habitación de al lado. El miedo a dormir solo es necesario solo para crear las defensas de saber enfrentar los monstruos que asaltan en la noche. Esto nos muestra que no es fácil para el niño poder agarrarle el pulso a soñar en la noche y ensoñar durante el día. Por eso el abandono del otro sé vive tan ferozmente, sentirse abandonado o librado a la suerte hace que el disfrute de la soledad y el salir de sí mismo sé vuelvan imposibles.
Cuando podemos asir otros objetos que nos ayudan a transitar, como esas primeras mantas para niños que sé llamaban tuto o Linus blanket, podemos tomarnos de la mano que tiende la vida. Pero cuando nacemos, la soledad equivale a no sobrevivir y la dependencia salva enrostrándonos nuestra fragilidad. Hay una serie de escenas para hacer entrar la vida, aprendemos a mirar, pestañeando. Quien haya estado en un ataque de pánico sabe que un otro que te ayude a respirar es vital ante la sensación de vacío de pensar que todo se acaba ese día. Interrumpir la caída, hace que uno puntúe el termino: no hay arribo sino tardanza, espera. Confiar, no es cuestión de autoconfianza sino de aprender a confiar.
Morir solos
Esta escena de dependencia originaria explica porque uno de los temores ante la muerte sea que te encuentre solo. Incluso aquellos que disfrutan y quieren estar solos, temen esperar conscientes la muerte. De ahí que el anhelo para algunos sea poder irse en el sueño, caer en un sueño. Hay dos tipos de espera: los que ya tienen la sentencia que les quedan pocos meses de vida; los que la enrostran sin poder dormir. Los primeros se desvelan por el dolor del cuerpo. Los segundos, toda su vida ensueñan la muerte en la vigilia, debiendo abandonar el sueño por las noches. Entre ensoñaciones y pesadillas, desvelos e insomnio está lo real del morir solo.
El documental “La teoría sueca del amor. El triunfo del estado de bienestar”, de Erik Gandini de 2015, reflexiona sobre como el estilo de vida sueco de vida segura y fácil puede convertirse en una existencia vacía y solitaria. Expone con un dejo de ironía que la vida autosuficiente e independiente es el resultado de un bienestar: la cifra de personas que mueren solas, aumentó considerablemente en las últimas décadas. Departamentos que tienen que allanar, después de varios días, semanas o meses, dependiendo de si algún vecino sintió el hedor que emana el cuerpo descompuesto. Herencias que no sé reclaman, ningún familiar ni amigo denuncia por presunta desgracia.
Esto nos recuerda que la muerte no es un asunto individual, sino es siempre la responsabilidad de una comunidad. Los deudos son las generaciones que sobreviven, o al menos así lo entiende el judaísmo. La vida en soledad sé puede llegar a disfrutar, pero la soledad de la agonía es como estar sin tacto, sin contacto y sin manto.
“Morir con dignidad” implica también que se tenga tacto para decirle a los vivos que van a morir, o saber acoger a los deudos con el dolor de vivir con sus muertos. Me recuerdo un reportaje sobre psiconcólógas que acompañaban a morir a los pacientes declarados incurables de Cáncer y con Covid. Al inicio de la pandemia morir solo era un camino obligado: prohibición de estar con los seres queridos. Era del terror, una sala en que solo podía entrar un profesional con su traje especial que parecía espacial, de otro mundo, no el humano. En su intento por humanizar la muerte, les pasaban a escondidas celulares a los enfermos para que accedieran a la última videollamada con sus familiares o seres queridos, cuando habían. Lo valiente de este gesto, era precisamente ser un elogio al riesgo.
El plan de gobiernos de cuidémonos entre todos sólo incluía cuidémonos entre los vivos y no contagiados, excluyendo los otros: los contables. Todos los días se presentaban cifras oficiales del conteo de los muertos que estaban entre los vivos. En un acto que parecía fallido, el ministro de Salud, sin ningún tacto, contó a los muertos entre los casos de fallecidos recuperados porque no son una fuente de contagio para otros. Esta polémica ocultaba otra realidad: los vivos solo pueden vivir con los muertos si no hay contacto.
La pérdida de los sentidos.
Me pregunto si el COVID era un ataque a los sentidos que nos permiten atenuar la soledad radical: anosmia, pérdida del sentido del olfato; hipogeusia o ageusia la pérdida del sabor; la pérdida del tacto, el temor a tocar al otro y mirarlo de cerca. Solo sé podía mirar a través pantallas, y aún así muchos prefirieron apagarlas. La seguridad trajo consigo la distancia del contacto físico y hiperpresencia de lo virtual. Pienso en los adolescentes que pasaron el Covid, con clases on line, con juegos on line ¿Cuándo sé apagaban? Fui a dar un taller a un colegio esperando que lamentaran no poder tocar, abrazar, sentir a sus compañeros. Para mi sorpresa, todos me dijeron que sé sentían seguros porque podían jugar tranquilos en las redes, sin conflictos, sin el temor a que el otro los molestase o le hiciera daño. La demanda por seguridad, agudizó el miedo . Empezamos a volvernos espectadores de una guerra a través del “scrolleo”. En los tiempos antiguos sé supone que sé derivó del inglés scroll, un texto continuo, sin puntos, que deviene constante.
El cine tiene tacto porque tiene fin, son horas que tienen su tiempo límite. Y luego uno sale del cine y sé vuelve a encontrar con la vida. Una buena película tiene dosis, hay elipsis, hay contrabandeos, hay opacidad y no un saber que de tanto mostrarse sé vuelve indigerible. La habitación de al lado no te enseña a lidiar con la muerte, lo que hace es todo lo contrario no muestra, te toca. No es transparente sino que tiene una puerta que se abre y que se cierra como el día y la noche.
La buena muerte.
¿Qué es eutanasia?. Etimológicamente deriva del griego eu que es bueno y Thanatos que es muerte, por consiguiente es una buena muerte. Y ¿qué es una buena muerte? Esta pregunta es más bien una metonimia, que como Proteo, va cambiando de forma de acuerdo a la contingencia de las olas, evitando la obligación de hacer del futuro una profecía. Una buena muerte sería a partir de lo expuesto en todas estas puntualizaciones, la necesidad de sentir que sé puede cerrar la puerta y que alguien está a tu lado para poder asumir la soledad que esta deja.
En los países en que la eutanasia está permitida, esa espera no es sin dolor, solo sé trata de acompañar lo inevitable, llegará la muerte en una habitación y en la contigua, el duelo de la pérdida. Son dolores distintos. Aquellos que sin entender aceptan a el deseo de muerte respetando la libertad en el deseo de un amigo, o del familiar, o de los pacientes, los que acompañan, también hacen un acto de amor, de resignación y de fé. La muerte nunca es buena para los deudos, sólo es más llevadera si sé confía en que el dolor de los que quedan vivos tiene que pasar, después de la acción viene el corte. Y seguimos en otra escena. ¡Cámara! ¡Acción!
En los países que aún no está permitido acompañar la muerte decidida por el otro, tienen que decidir a hacer un acto para lograr por sí mismos que esa buena muerte permita pacificar la muerte subjetiva. Esa acto no es medido por los efectos, sino por la intención, por lo tanto es un homicidio, ni siquiera es thanatos es un cidio, caedere, occidere, matar, dar muerte. No se puede tener una buena muerte cuando se es juzgado como homicida, salvo que se recurra a un abogado, pero eso no quita la mala consciencia.
Finalmente ¿qué es eutanasia? La necesidad de sentirse cerca de alguien, para que pueda morir tranquilo. Entonces si bien autorizar legalmente la muerte es necesario, no agota la pregunta por la buena muerte, y esta se responde con la buena vida, sacar la muerte de esa higiene final. En Suiza, hay unos habitáculos, cápsulas blancas y pulcras nitrogenizadas en que te encierran a esperar que las reacciones del cuerpo acaben. Está otra muerte, distinta, que es la asistida, te introduce en un sueño que no despertarás, gota por gota. ¿qué las hace que sean un acompañamiento y no una sola anestesia? ¿es posible sacar la muerte de un hospital y ser capaces de elegir el cómo queremos morir?. La antesala en un hospital, no tiene eros, tampoco una cápsula que parece sacada de una distopía futurista.
Dicen que en esa antesala uno empieza a anhelar cosas extrañas, te dan antojos. Alguien amado murió tres meses atrás… después de cuatro días batallando en una clínica. Horas previas antes de partir, murmuró con fuerzas restantes que quería un mote con huesillo. Los que lo acompañaban en la habitación de al lado corrieron por encontrar un supermercado que vendiera un mote con huesillo. Por una aplicación encontraron un supermercado que los tenía y lo llevaron al hospital. No era el clásico mote con huesillo de un carro de la calle Teatinos, o de la calle Bandera, fresco, helado, ese hubiese sido el ideal. Era de los envasados y artificiales. Le llevaron dos, pensando que con uno podía no bastaba. Me contaron que no lo comió, porque ya no podía tragar. Sin embargo, solo necesitó sentir en sus labios el algodón empapado de jugo para sentir que el amor era más fuerte. Eso es lo que tiene el cine, a veces te ayuda a poner en palabras una última escena.
Por eso en Estados Unidos a los condenados a muerte se les concede una última gran comida antes del corredor de la muerte ¿qué es lo último que quieres comer? Para los pacientes en su fase más terminal ese antojo es el último aviso que da la vida hasta que los órganos de los sentidos y de todo nuestro cuerpo se paralizan. Con otro u otros en la habitación de al lado, pareciera ser que los que agonizan pueden atreverse a pasar el umbral y encontrar las Beatrices que le permitan sostener la soledad. El primer descenso de ese peregrinaje de la divina comedia.
La habitación de al lado me parece un buen título. No en la misma habitación mirando a otros sufrir. Ideal que sea de cara al sol mirando un paisaje como los del cuadro de Hopoer. Para abandonar y dejarse ir es necesario la bipartición del espacio de espera. En una pieza está el que espera la muerte, pero al que no le tocará vivirla. En la otra, el que solo espera que el dolor del otro termine, su dolor recién empieza. A estos últimos les tocará vivir con nuestros muertos. Sacar la muerte de los lugares thanáticos en que fue confiscada, es un modo de que Eros se toque con ella y sólo es posible en un lazo humano con otro.
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